¿Cuándo se revelará la Musa del nuevo siglo, tal como la conocerán los hijos
de nuestros nietos, o quizá la generación que les siga, pero no nosotros? ¿Qué
aspecto tendrá? ¿Qué cantará? ¿Qué cuerdas del alma hará vibrar? ¿A qué altura
levantará su época?
Cuántas preguntas en nuestro atareado tiempo, en que la Poesía es casi un
estorbo y sabemos de manera cierta que muchas cosas «inmortales» escritas por
los poetas actuales sólo existirán en lo futuro reproducidas al carbón en los
muros de algunas cárceles, y serán leídas por contados curiosos.
Pero la Poesía debe intervenir; por lo menos ayudar a cargar el fusil en las
luchas de partidos, en las que corre la sangre o la tinta.
Ésta es una opinión parcial, dicen algunos; en nuestro tiempo, la Poesía no
está olvidada ni mucho menos.
No; todavía hay personas que en su «lunes azul» se sienten atraídas por ella,
y entonces, al experimentar este prurito en las partes más nobles de su ser,
envían un criado a la librería a comprarles cuatro chelines de poesía, con
recado de que les sirvan la más recomendada. Algunos se contentan con la que
reciben de regalo, o se dan por satisfechos con la lectura de un trozo de bolsa
de la tienda. Es mucho más barato, y en nuestra ajetreada época hay que pensar
en la economía. Sólo es necesario lo positivo, conservar lo que tenemos, y con
esto basta. La poesía futurista, como la música del porvenir, son quijotismos;
es como proyectar viajes de descubrimiento al planeta Urano.
El tiempo es demasiado breve y valioso para gastarlo en fantasías. Pongámonos
en razón: ¿qué es Poesía? Estas explosiones de la mente y la sensibilidad no son
sino expansiones y vibraciones de los nervios. El entusiasmo, la alegría, el
dolor, incluso la ambición material, son, según los sabios, vibraciones
nerviosas. Todos somos instrumentos de cuerda. Pero, ¿quién toca estos
instrumentos? ¿Quién los hace vibrar y estremecerse? El espíritu, el espíritu
invisible de la divinidad, que se manifiesta por sus sentimientos y
pensamientos, y que es comprendido por los demás instrumentos, los cuales funden
con ellos sus propias notas, y suenan en fuertes disonancias y contrastes. Así
fue y así sigue siendo en el gran progreso que la Humanidad hace en su
conciencia de libertad.
Cada siglo, o también cabría decir cada milenio, tiene su punto culminante de
expresión poética; nacida dentro de su propio período, se ve destacar y dominar
desde el nuevo que empieza.
Así pues, en nuestra época atareada, dominada por el estrépito de las
máquinas, ha nacido ya la Musa del nuevo siglo. ¡Vaya a ella nuestro saludo! Que
ella la oiga o la lea algún día, tal vez en aquellos garabatos al carbón de que
hablamos antes.
Los cercos de su cuna alcanzan desde el punto extremo pisado por el pie
humano en los viajes al Polo, hasta donde el ojo viviente penetra en el «negro
saco de carbón» del cielo polar. El trepidar de las máquinas, el silbar de las
locomotoras, la voladura de rocas materiales y de viejos prejuicios
espirituales, nos ha ensordecido, ahogando con su estrépito sus primeros
vagidos.
Ha nacido en nuestra gran fábrica de hoy, donde el vapor emplea su fuerza,
donde el «maestro sin sangre» y sus operarios se afanan día y noche.
Posee el gran corazón amoroso de la mujer, con la llama de la vestal y el
fuego de la pasión. Recibió el rayo de la inteligencia en todos los colores del
prisma, cambiantes al correr de los milenios y apreciarlos según la moda. Su
magnificencia y su fuerza es el poderoso plumaje de cisne de la fantasía, tejido
por la Ciencia, impulsado por «las fuerzas elementales».
Es hija del pueblo por línea paterna, sana en sus sentidos y pensamientos,
grave de mirada, con el humor en los labios. Su madre es hija de emigrantes, de
alta cuna y educada según las normas académicas, mecida en los dorados recuerdos
del rococó. La Musa del nuevo siglo lleva en sí sangre y alma de los dos.
Sus padrinos depositaron en su cuna magníficos presentes. A modo de
golosinas, esparcieron sobre ella, en cantidades enormes, los ocultos enigmas de
la Naturaleza, cada uno con su solución. La campana del buzo vertió sus
maravillosos juguetes sacados del fondo del mar. El mapa del cielo, este
tranquilo océano suspendido con sus miríadas de islas, cada una un mundo, fue
colocado como un manto en su cuna; el sol pinta sus imágenes; la fotografía le
regala juguetes. La nodriza le ha cantado canciones acerca de Eyvind
Skaldespiller y de Firdusi, de los trovadores y de lo que Heine, en su orgullo
juvenil, le cantó con su auténtica alma de poeta. Muchas cosas, demasiadas, le
ha cantado la nodriza. Conoce los Eddas, las leyendas horribles de los
antepasados, en que las maldiciones se precipitan con sangrientos aletazos. Se
ha tragado en un cuarto de hora las «Mil y una noches» del Oriente.
La Musa del nuevo siglo es aún niña, y, sin embargo, ha saltado de la cuna,
es voluntariosa sin saber lo que quiere.
Juega todavía en el espacioso cuarto del ama, donde abundan los tesoros
artísticos del barroco. La tragedia griega y la comedia romana están allí
cinceladas en mármol; las canciones populares de las naciones cuelgan de las
paredes como plantas secas: un beso, y se hinchan, frescas y perfumadas. Mécenla
los acordes eternos de Beethoven, Gluck, Mozart, y los pensamientos de todos los
grandes maestros expresados en notas. Al borde están todos aquellos libros que
en su tiempo fueron inmortales, y aún queda espacio para muchos otros, cuyos
nombres resonarán a través del hilo telegráfico de la inmortalidad y que, sin
embargo, morirán con el telegrama.
Ha leído enormemente, demasiado; ha nacido en nuestro tiempo; muchísimo habrá
de ser olvidado, y la musa aprenderá a olvidar.
No piensa en su canto, que vivirá en un nuevo milenio, como viven los libros
de Moisés y las doradas fábulas de Bidpai sobre la astucia y la suerte de la
zorra. No piensa aún en su mensaje, en su vibrante futuro; sigue jugando
mientras la lucha de las naciones, que sacude el aire, da figuras sonoras de
plumas y cañones sin orden ni concierto, runas de difícil interpretación.
Lleva un gorro garibaldino, de vez en cuando lee su Shakespeare, y por un
momento piensa que tal vez lo representen aun cuando ella sea mayor. Que
Calderón repose en el sarcófago de sus obras con la leyenda de su fama. A
Holberg -pues la Musa es cosmopolita-, lo tiene encuadernado en un tomo con
Molière, Plauto y Aristófanes, pero lee sobre todo a Molière.
No tiene la inquietud que da alas a los gamos de los Alpes, y, no obstante,
su alma busca la sal de la vida como los gamos buscan la de la montaña. Hay en
su corazón una placidez como la de los hebreos de las leyendas antiguas, esta
voz de los nómadas en las verdes llanuras durante las silenciosas noches
estrelladas, y, sin embargo, en su canto late el corazón con más fuerza que el
del exaltado guerrero heleno de las montañas de Tesalia.
¿Y qué hay del Cristianismo?
Ha aprendido la tabla grande y la pequeña de la Filosofía; las materias
primeras le han roto uno de los dientes de leche, pero le han salido otros. Y en
la cuna mordió en la fruta del conocimiento, la comió y adquirió inteligencia; y
su «inmortalidad» fulguró como el pensamiento más genial de la Humanidad.
¿Cuándo brotará el nuevo siglo de la Poesía? ¿Cuándo se dará a conocer su
Musa? ¿Cuándo se oirá?
Una bella mañana de primavera llegará montada en el dragón de la locomotora,
avanzando a través de túneles y viaductos, o navegando por el anchuroso mar
sobre el lomo del delfín, o por los aires en el ave de Montgolfier, y se posará
sobre el suelo, desde el que su voz divina saludará a la familia humana. ¿Dónde?
¿Desde el mundo descubierto por Colón, la tierra de libertad donde los indígenas
se convirtieron en piezas de caza y los africanos en bestias de trabajo? ¿De la
tierra que nos ha enviado la canción de «Hiawatha»?. ¿Del continente de los
antípodas, donde nuestro día es noche y donde cisnes negros cantan en los
bosques de mimosas? ¿O del país donde las columnas de Memnon resonaron y siguen
resonando, sin que hayamos comprendido el canto de la esfinge del desierto? ¿De
la isla del carbón de piedra, donde Shakespeare domina desde el tiempo de
Isabel? ¿De la patria de Tycho Brahe, que nada quiso saber de él, o de la tierra
aventuresca de California, donde el árbol de Wellington alza su copa como rey de
los bosques del mundo?
¿Cuándo brillará la estrella, la estrella en la frente de la Musa, la flor en
cuyos pétalos esté escrita en forma, color y fragancia, la expresión de la
belleza de este siglo?
-¿Qué programa trae la Musa nueva? -preguntan nuestros expertos diputados en
la Dieta-. ¿Qué quiere?
Mejor es que preguntéis qué no quiere.
No quiere presentarse como un fantasma de tiempos pasados. No quiere
recomponer obras dramáticas con éxitos teatrales ya olvidados, ni disimular con
deslumbrantes ropajes líricos los fallos de la arquitectura teatral. Su vuelo
será desde el carro de Tespis hacia el anfiteatro de mármol. No hará pedazos el
sano discurso de los hombres, volviendo a pegarlos para formar un juego
artificioso de címbalos chinos, con las resonancias halagadoras de los torneos
trovadorescos. No quiere entronizar el verso como gentilhombre y constituir la
prosa en personaje burgués. Juntos están y a igual altura en sonoridad, plenitud
y vigor. No quiere esculpir los antiguos dioses en los bloques de las sagas de
Islandia. Están muertos; la nueva época no siente por ellos simpatía ni
afinidad. No quiere invitar a sus contemporáneos a alojar sus pensamientos en
las tabernas de la novela francesa. No quiere aturdir con el cloroformo de las
historias cotidianas. Un elixir de vida es lo que quiere traer. Su canto en
versos y en prosa será breve, claro y rico. Cada latido del corazón de los
pueblos es sólo una letra en el gran alfabeto del proceso evolutivo, pero acoge
cada letra con el mismo amor, las reúne formando palabras y junta éstas en
rimas, con las cuales compone un himno a lo presente.
¿Y cuándo llegará esta época a su plenitud?
Para nosotros, para los que estamos rezagados, tardará mucho, pero muy poco
para los que nos avancen en su vuelo.
Pronto caerá la muralla china. Los ferrocarriles de Europa llegarán al
cerrado archivo de las culturas asiáticas, las dos corrientes culturales se
encontrarán. Retumbará tal vez la cascada con su rumor profundo, los viejos del
presente temblaremos a sus fuertes acordes, sintiendo en ellos un Ragnarok, el
derrumbamiento de los antiguos dioses; olvidaremos que acá abajo los tiempos y
los pueblos deben desaparecer, y sólo una pequeña imagen de cada uno, encerrada
en la cápsula de la palabra, flotará como flor de loto en el río de la eternidad
y nos dirá que todos son y fueron carne de nuestra carne, aunque en ropajes
distintos. La imagen de los judíos irradia de la Biblia, la de los griegos lo
hace de la Ilíada y la Odisea. ¿Y la nuestra...? Pregúntalo a la Musa del nuevo
siglo, en el Ragnarok, cuándo el nuevo Gimle se levantará transfigurado e
inteligible.
¡Que todo el poder del vapor, todo el peso de lo presente no sean sino
palancas! El «maestro sin sangre» y sus operarios, que parecen los amos
poderosos de nuestra época, no son sino criados, esclavos negros que adornan la
sala de fiestas, aportan tesoros, ponen las mesas para el gran banquete donde la
Musa, con la inocencia del niño y el entusiasmo de la doncella, con la serenidad
y la ciencia de la matrona, alzará la lámpara maravillosa de la Poesía, este
corazón humano, rico y pleno con su llama divina.
¡Bienvenida, Musa de la Poesía, al nuevo siglo! Nuestro saludo se eleva y
será oído como lo es el himno de gracias del gusano, el gusano que es triturado
por las rejas del arado mientras brilla una nueva primavera y el arado abre
surcos, destrozándonos a nosotros, los gusanos, a fin de que la cosecha bendita
pueda crecer para la nueva generación que viene.
¡Salud, Musa del nuevo siglo!
FIN
|